TORRES DE EL SILENCIO: DE AMORES Y DE ALTURA
Las grandiosas gemelas resguardan oficinas públicas e historias de enamorados
Por: Luis Martín
Abril 25, 2019
Y en esos días de oscuro mando, por capricho del dictador, la obra del arquitecto venezolano Cipriano Domínguez, con innegable influencia del BeauxArts de París, se elevó 103 metros desde el mismo suelo, donde acababan de demoler el antiguo Hotel Majestic, para darle paso a aquellas moles gemelas que con su imponente modelo compacto, policrómico y de alta talla de construcción sería el símbolo más representativo de la capital de un país que comenzaba a dejar su pasado agrícola para abrirse al progreso que implicaba el enseriarse en asuntos de petróleo y en vías de industrialización.
Nacían así las Torres de El Silencio, o Torres del Centro Simón Bolívar, que desde su inauguración, el 6 de diciembre de 1954, pasaron a ser las guardianas del centro y testigo del crecimiento, planificado con ellas como epicentro, pero que después se escapó de las manos de todo quien ocupase cargos de poder.
Esos inimaginables rascacielos en el centro caraqueño se anexaron al proyecto de la avenida Bolívar y complementaron lo que ya había dejado Carlos Raúl Villanueva, años antes, en la vecina urbanización El Silencio.
Amalivaca le da el toque nacionalista a la estructura. Foto Américo Morillo
Control desde arriba
Esas morochas inmensas, erigidas como un sistema estético de exacta simetría reguladora de la gigante forma, con dinamismo expresado en imponentes pilotes, grandes rejas y bloques huecos, con 28 pisos más 3 sótanos, empezaron a dar sensación de grandeza, a lo largo, a lo ancho, hacia y desde lo alto…
Una en el norte, otra en el sur (como se llaman), según los entendidos en materia arquitectónica, se elevan esos dos paralelepípedos sobre un rectángulo que lo conforma un novedoso sistema de plazas, pasillos y pórticos, áreas comerciales, túneles y estacionamientos subterráneos. Agrega la arquitecta Rosa Remón Royo que se trata de “un diseño que sigue los cinco puntos de Le Corbusier, dos hileras continuas de edificaciones que ascienden a partir de los bloques 2 y 3, y termina en las dos torres de 32 pisos, con gran terraza como azotea”.
El proyecto nació con 100 locales a nivel de la calle y 200 en espacios subterráneos, que fueron referentes de la época. Poseer un local en ese moderno complejo daba renombre entre los comerciantes.
Qué vivan las torres
Sirvieron en su exterior para el crecimiento de microempresas como tiendas de ropa, enseres, tascas y restaurantes; y en su interior para que la administración pública oficializara parte de su asentamiento. Incontables oficinas ministeriales fueron y son, testigos de años de la historia caraqueña.
Doña Rosario, quien nos pidió que no delatáramos su apellido, asegura que allí conoció al amor de su vida, que por cierto no es el padre de sus tres hijos. Él era ese muchacho del barrio, elegantemente vestido con Trajes Chirinos, Trilax o Rori (según el contrato del sindicato para uniformar al personal obrero), con cargo de ascensorista, a quien veía de reojo cada mañana al llegar puntualmente a las siete y cuarenta y cinco a cumplir con sus funciones como secretaria del ministerio.
Desde ese primer encuentro surgió un chispazo que fue consolidándose en cada cruce de mirada, que pasó a saludos, a invitaciones y a citas, que comenzaron en esos bares (ahora tascas) del sótano, hasta que probaron intimidad en uno de esos pocos hoteles que en esos días permitían tales encuentros casuales. Pero la cosa, por sabrosa, se volvió vicio y ella justificaba ante su jefe –a la postre su esposo legal–, para que le autorizara quedarse haciendo sobretiempo, que con su atrevida habilidad ella se las arregló para que la oficina mutara en su nido romántico. “El mundo es de los atrevidos”, nos dijo.
Eso sucedió por mucho tiempo hasta que don Marcial, el jefe, empezó a enamorar a su voluptuosa secretaria Rosario, con quien no solo se casó sino que conformó una ejemplar familia caraqueña. Un tiempo después, la propia Charito (su apodo por cariño), nos confió su sospecha acerca de que su primer hijo pudiera ser de aquel humilde ascensorista, quien no faltó ni un solo día durante 30 años hasta que salió jubilado, como casi todos los trabajadores de la administración pública. Lo cierto es que en cada barrio, en cada zona, en cada familia, hay secretos similares cuya “escena del crimen” va desde otras oficinas de otros pisos, hasta en las tascas o en los estacionamientos del sótano. No es moral pero es real. Así son esas grandiosas gemelas.
A cuidar ese acervo
Un marcado toque nacionalista está representado en obras que las flanquean, las embellecen y las revalorizan, como Guayasamín (1954) o el llamativo mural de Amalivaca (César Rengifo, 1955), en representación del mito Caribe de la Creación, que hoy son partes del patrimonio artístico.
Lamentablemente, a pesar del tino arquitectónico al proyectarlas para el alto tráfico y perdurabilidad infinita, su exposición a la contaminación, al maltrato de los usuarios, a la desidia y al abandono, no solo la obra en sí, sino su significado de progreso y los divinos recuerdos de Charito y tantos otros enamorados, corren el riesgo de quedarse solo en un pasado sin retorno.
bajo La Matica / H. Andrade


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